Aquí podéis descargar el texto original del poema de Parménides de Elea, con traducción y comentario.
(Los
griegos) eran intensamente prácticos, tan prácticos que hace miles
de años sembraron las semillas de la cultura occidental y
dieron forma a la estructura del mundo en que vivimos. En la medida
en que formamos parte de la cultura de este mundo occidental,
son nuestros antepasados. Ahora, ajenos a nuestro pasado, nos
debatimos en lo que ellos crearon.
Casi
solos, pusieron los cimientos de las disciplinas que
convertirían a Occidente en lo que ahora es: química, física,
astronomía, biología, retórica, lógica. Pero lo hicieron con
una comprensión que ya no poseemos, porque sus conocimientos
procedían de una sabiduría que para nosotros no es más que un
mito.
No
se debe a que se los interprete mal; eso sólo es una pequeña parte:
también sabían que los malinterpretarían. Se daban cuenta de que
trataban con niños que se quedarían con los fragmentos que les
llamaran más la atención y no serían capaces de ver el conjunto.
Eso
fue lo que sucedió: ya no se valora nada de lo que fue aquella gente
ni de sus enseñanzas. Incluso los rastros de su existencia casi
se han borrado. Ya casi nadie sabe cómo se llamaban. Algunos
fragmentos de lo que dijeron están en manos de unos pocos
eruditos, los cuales hacen exactamente lo que Jesús describió:
retienen la llave del conocimiento pero la esconden, y no entran ni
abren las puertas a los demás.
Pero
detrás de estas puertas hay algo de lo que ya no podemos prescindir.
Los dones que se nos concedieron ya no sirven y hace tiempo que
tiramos el manual de instrucciones.
Ahora
es importante establecer contacto de nuevo con esa tradición,
no sólo en nuestro beneficio, sino también en provecho de algo
mayor. Es importante porque no hay otro modo de seguir
avanzando. Y no tenemos que mirar hacia fuera, no es necesario que
nos volvamos hacia una cultura distinta del mundo en que vivimos.
Todo lo que necesitamos está dentro de nosotros, en lo más hondo de
nuestras raíces, esperando que alguien llegue hasta allí.
Y,
sin embargo, hay que pagar un precio para entrar en contacto con esta
tradición. Siempre hay que pagar un precio y, precisamente porque
nadie ha querido pagarlo, las cosas están como están.
El
precio no ha cambiado: somos nosotros, nuestra voluntad de ser
transformados. Sólo sirve eso, no puede ser menos.
No
podemos apartarnos y mirar. No podemos distanciarnos porque
precisamente nosotros somos el ingrediente que falta. Sin nosotros,
las palabras sólo son palabras. Y esta tradición no existió para
edificar o entretener, ni siquiera para inspirar: existió para
devolver los hombres a sus raíces.
Peter
Kingsley, En los oscuros lugares del saber, Atalanta.
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